Su heroísmo es reconocido por todos, porque la mujer paraguaya demostró (y continúa demostrando) valentía para reconstruir el país. Sin embargo, a pesar de su esfuerzo, sigue sufriendo en el campo laboral y familiar. El 24 de febrero es el «Día de la Mujer Paraguaya». En este material podrás leer su participación en la Guerra contra la Triple Alianza y entenderás por qué hasta el Papa Francisco considera a la mujer paraguaya como «la más heroica de América».
El Día de la Mujer Paraguaya fue dispuesto por decreto del 6 de diciembre de 1974, en recordación a la «Primera Asamblea de Mujeres Americanas» desarrollada en Asunción en 1867. en la que se discutió cómo ayudar a la causa paraguaya contra la Guerra de la Triple Alianza.

Dibujo de Enzo Pertile para honrar a la mujer paraguaya. Publicado en el comics «Vencer o morir» del diario Última Hora.
En esta entrada rescatamos parte del libro «La Mujer paraguaya. Su participación en la Guerra Grande», de Olinda Massate de Kostianovsky, publicado con respaldo de la Fundación Darío Lauturrete Bo, editado por Servilibro.
El material fue recopilado por el PortalGuaraní y es sumamente útil para comprender los acontecimientos históricos que dieron pie a la valoración de la mujer paraguaya no solo en nuestro país, sino en el mundo, hasta llegar al reconocimiento del Papa Francisco.
Independientemente a la valentía y heroísmo de la mujer paraguaya, se debe indicar que -según los estudios- es la menos protegida y la más vulnerada en términos laborales y de violencia intrafamiliar. En el cuadro de abajo podrá ver la proyección de la población y la cantidad de mujeres en el país.
Que este material de lectura sirva para valorar y respetar aún más a la mujer paraguaya.
El resumen que se presenta del libro va desde el Capítulo II.
CAPÍTULO II
LAS MUJERES DESEAN ARMARSE
El Semanario del 11 de agosto de 1866 publicó el texto integro del Tratado Secreto de la Triple Alianza, que de este modo llegó al conocimiento del pueblo paraguayo. Como «diabólico pacto» lo calificó el coronel Centurión. El periódico hizo un extenso comentario del Tratado, a cargo del publicista Natalicio Talavera. Éste describe el efecto que produjo entre los combatientes. En Asunción y todo el país surgieron airadas protestas, numerosos oradores se pronunciaron, así como las mujeres, tal indignación produjo en el espíritu público el texto del Tratado, que alcanzó al bello sexo. Con este motivo se reúnen en Asunción y dan a conocer al vicepresidente de la República, don Francisco Sánchez, su protesta y el ofrecimiento para empuñar las armas en defensa de la patria. Hacen uso de la palabra las señoras Eleida Peña de Molinas y Escolástica Barrios de Gill. «La mujer paraguaya –dice la primera– tiene ya hecha su resolución indeclinable al pie de los altares de la patria: morir con ella que ser vilipendiada por el desnaturalizado enemigo que pretende despojarnos de nuestras virtudes, de nuestro honor y de nuestra patria».
Las mujeres se acercaron al vicepresidente Sánchez «con frenesí’, ofreciéndose para empuñar las armas y derramar «hasta la última gota de sangre en defensa de los derechos e instituciones y en sostén del benéfico Gobierno del Mariscal López». Decían que sólo esperaban una orden «para ponerse en camino al lugar del combate». El vicepresidente Sánchez agradeció emocionado la actitud de las mujeres y prometió hacer traslado del ofrecimiento al Presidente de la República.
LOS NIÑOS SE UNEN EN CONTRA DE LA PUBLICACIÓN DEL TRATADO SECRETO
Ellos, por su corta edad, no habían sido empleados en los servicios auxiliares, según las últimas órdenes de movilización nacional; recibían en Asunción enseñanza en la escuela dirigida por el maestro español Isidro Codina, que había llegado al Paraguay integrando una compañía dramática y que, juntamente con su esposa, Eulalia de Codina, se dedicaban a la enseñanza.
Se presentaron en corporación, los niños, ante el vicepresidente Sánchez, y en esa oportunidad el maestro Codina pronunció un discurso que fue contestado por el Vicepresidente.
Codina dijo: «Excmo. Señor: como preceptor de estos niños, cuyos padres son todos ciudadanos paraguayos, y creyendo interpretar sus sentimientos en germen, vengo a protestar en su nombre contra las pretensiones de los enemigos de su patria, que intentan arrebatarles su sagrada independencia y sumirlos en la dominación extranjera, deseando que una justa y favorable paz corone los esfuerzos de esta heroica República y de su Supremo jefe».
El vicepresidente Sánchez contestó: «Que aceptaba con reconocimiento la manifestación patriótica pronunciada a nombre de los niños paraguayos presentes, que el amor a la patria y a las instituciones nacionales es uno de los sentimientos innatos en todos los hijos de la República, que los profesores y maestros que ejercitan en actos tan edificantes a los niños desde su tierna edad cumplían las prescripciones que les impone su elevada misión, y que no dudaba en esos tiernos niños, hijos de la patria, alimentados de sanas inspiraciones un día serán buenos y útiles ciudadanos».
El Semanario del 25 de noviembre de 1867 hace especial mención de una actitud heroica de las mujeres, y es el deseo de alistarse en el ejército.
Se inicia en toda la República un movimiento entre las mujeres para obtener del gobierno la admisión de las mismas en las filas del ejército, en calidad de combatientes. Hasta entonces, las mujeres sólo prestaban servicios auxiliares en los campamentos, donde atendían los hospitales, la cocina y la limpieza. La iniciativa partió de las mujeres de Lambaré, donde se presentaron en corporación al juez de Paz Eliseo Galiano, y pidieron ser instruidas en el manejo de las armas.
El ejemplo fue imitado en Ybytymí, Villarrica e Itapé, localidades en las cuales las mujeres acudieron a los respectivos comandantes de milicias, «manifestando su resolución de empuñar las armas para escarmentar a los infames enemigos, que, pisoteando todo derecho y todas las leyes, han venido a profanar este suelo bendito».
El Semanario expresa lo siguiente:
«Exponemos a la gratitud pública y a la veneración de la posteridad la ejemplar actitud de estas nobles paraguayas, cuyos nombres tenemos especial gusto en consignar en nuestras columnas». He aquí la lista de las primeras señoritas que se ofrecieron para tomar las armas: Juana Tomasa Frutos, Antonia Frutos, Cervellona Frutos, Del Pilar Florentín, Agustina Delgado, Rosa Florentín, Gertrudis Florentín, Tránsito Florentín, Del Carmen Báez, Asunción Zelaya, María de la Paz Ramírez, Gregoria Caballero, Agustina Caballero, Francisca Caballero, Concepción Centurión, Francisca González, Teresa Romero, Asunción Fariña, Benita Rega, Del Carmen Coronel, Asunción González, Rosario Aldao, Juana Rodríguez, Francisca Valdez, Marcela Britos, Ramona Colmán, Rosa Ibarbuden, Felipa Jara, Salvadora Rojas, Pastora González, Alejandra Martínez, Antonia Acosta, Ninfa y Pabla Zelaya, Mónica Villalba, Luisa Vera, Bonifacia y Eugenia Olmedo, Romualda Aveiro, Tránsito Cáceres, Isabel Olmedo, De Jesús y Bartola Colmán, Rosa Benítez, Asunción Galeano, Isabel Núñez, Mercedes Fretes, Petrona Fleitas, Encarnación Caballero, Isidora Fleitas, Brígida Chaves.
El 25 de noviembre de 1867 se reunieron las mujeres de los tres barrios centrales de la capital, y resolvieron solicitar, al igual que las hijas de Lambaré e Ybytymí, se les concediera «el honor de combatir con las armas en defensa de la patria al lado de sus hermanos soldados del ejército nacional». La asamblea tenía por finalidad informar sobre el estado de las gestiones para obsequiar al Mariscal López con la guirnalda y el gorro triunfal, pero se convirtió en una entusiasta manifestación patriótica con el objetivo mencionado. El punto de reunión fue la casa del general Francisco Isidoro Resquín, en el barrio de Santa Catalina.
El 15 de diciembre de 1867 las aregüeñas, en impresionante manifestación, se presentaron ante las autoridades locales para solicitar su admisión en las filas del ejército. Previamente tuvieron una asamblea en que se subscribió un acta en la cual constaba esa determinación. En la ocasión se estrenó la «Canción de las aregüeñas», letra del poeta boliviano Tristán Roca, pieza que se cantó al son de una orquesta. Y así dice:
«Marchemos, marchemos
volando a la lid
y toda aregüeña
empuñe el fusil.
Que agite sus olas Ypacaraí
y toda aregüeña
empuñe el fusil.
Coro
La jauría de negros
quiere esclavitud;
las hijas de Luque
dicen atrás
Coro
Es su santo lema
«Morir o vencer»
por eso una lanza
alza la mujer
Coro
Luchemos gloriosas
en la lid del honor
sostengamos todas
nuestro pabellón
Coro
Corramos, volemos
al campo a luchar
y todas digamos
¡Viva el Mariscal!
Las mujeres de Caraguatay, que obtuvieron éxito en las fábricas de salitre, estrenaron una canción con gran patriotismo:
Para matar a Pedro
con Flores y Mitre
las caraguatayanas
trabajan salitre.
Que hagan bloqueo
los macacos tristes
que las caraguatayanas
trabajan salitre.
Que nadie se aflija,
Viva la Patria
que las caraguatayanas
trabajan salitre.
Viva el Mariscal invicto
y su ejército invencible
y mueran los enemigos
de la Alianza Triple.
El Centinela del 21 de noviembre de 1867 hace mención especial de las hijas de «Ybyymí»: «Mujeres de la Campaña. Las hijas de Ybytymí acaban de poner una joya más en la espléndida corona de la Patria, ofreciéndose para tomar las armas en defensa de la independencia y libertad nacional. Este sublime rasgo de patriotismo, de abnegación y de valor ha dado nueva luz al hermoso cuadro que el Paraguay ofrece al mundo de la grandeza y heroicidad de sus hijos. Felicitamos a las heroínas de Ybytymí y de Lambaré, que también acaban de pedir se les instruya en el manejo del fusil para defender los derechos de la Patria».
El Semanario, en su edición del 25 de enero de 1868, expresa que el gobierno no aceptará el ofrecimiento de que las mujeres porten armas. El Mariscal López, en su discurso, hace este comentario:
«¿Qué son una o dos horas de combate en comparación de la ardua y heroica dedicación de las hijas de la Patria, a labrar la tierra para mantenerse a sí mismas, mantener a sus familiares y a nosotros mismos?
«¿Permitiréis acaso que ellas se crean sin seguridad, y de que nosotros no seamos suficientes para contribuir con tan viles esclavos?
Interpreta las palabras presidenciales como significativas de la decisión gubernamental de no aceptar el ofrecimiento femenino, y termina con esta apelación a las mujeres: «Vosotras habéis demostrado ya vastamente vuestro patriotismo y habéis merecido esa honorable mención del esclarecido Padre de la Patria; podéis aún excusaros tan penoso viaje a la Capital, que estáis dispuestos a verificar, puesto que es bastante el acto de vuestro patriótico ofrecimiento en el sentido expresado ante la autoridad local, que con vuestros actos anteriores responde de su sinceridad felizmente».
También las vecinas de Pirayú se congregaron con el fin de ofrecer armarse e integrarse al ejército. El documento relativo se halla en el Archivo del Instituto Histórico y Geográfico de Río de Janeiro, y se debe el hallazgo al historiador doctor R. Antonio Ramos.
El texto es el siguiente:
«Las vecinas de Pirayú, reunidas en junta General convocada por mutuo, espontáneo y libre acuerdo, cumpliendo con sus patrióticas inspiraciones tienen el honor de presentar este memorial ante Ud. consignando en él sus ardorosos y vehementes deseos de secundar con sus brazos y sus pechos los generosos y decididos esfuerzos de sus dignos conciudadanos, que con su sangre y su vida están sellando el grandioso legado de nuestros padres, de Independencia y Libertad.
«Este hecho consumado ha robustecido con brillantez el genio divino del Excmo. Señor Mariscal López desde que ha iniciado su vida pública, ha coronado a la Patria de frondosos laureles, desde hace tres años que con las armas ha opuesto la justicia a la iniquidad, la libertad a la esclavitud, el equilibrio político contra el desborde y preponderancia de un Imperio de esclavos, arrastrando a sus fines siniestros a los gobernantes mercenarios de dos Repúblicas sacrificadas al fuego de sus errores.
«Nuestros esposos, padres, hijos, hermanos y deudos enaltecidos del más heroico timbre de gloria a las órdenes del gran héroe que dirige nuestros destinos, no saben economizar sangre ni vida por cubrir a su Patria y a su ilustre defensor, y a cada familia de lauros imperecederos, de que tanto nos enorgullecemos, y que nuestros descendientes envanecidos registraron en las páginas doradas de la historia, con encomio de las nuevas generaciones y admiración del orbe.
«Nosotras, inspiradas de los mismos sentimientos y ardor nacional de esos héroes, ya no podemos tolerar sin desarrollo el espíritu marcial que electriza nuestra sangre, hirviéndola de indignación, pedimos encarecidamente a V. se digne llevar al conocimiento Supremo de la República nuestros sinceros y fervientes votos, para que sirviéndose aceptarlos, quiere proporcionarnos por manos de V. la instrucción del fusil y la lanza, para herir de muerte a la par de nuestros conciudadanos a esos cobardes e inmundos enemigos de nuestra libertad y de nuestro decoro.
«Así lo pedimos de veras, y protestamos que nuestra delicadeza y debilidad han de desaparecer al decidido empuje de nuestro entusiasmo y no degeneraremos el valor de nuestros denodados padres hasta vencer o morir».
Y últimamente, todas hemos convenido nombrar a cuatro ciudadanas que suscriban a nombre de todos estos documentos de nuestra franca y buena voluntad.
Pirayu, enero 5 de 1868.
Juana Caballero de Báez, María Laura Brito de Aquino, Dominga Simbron de Méndez, Pilar Caballero de Baldonado. El vicepresidente Francisco Sánchez contestó la nota agradeciendo el ofrecimiento, y declarando que ese acto de acendrado patriotismo «llegará en primera oportunidad al conocimiento del Excmo. Señor Mariscal Presidente de la República; y que no trepida que será muy de la aprobación de S.E…».
La Regeneración del 28 de enero de 1870 hace mención «a las damas paraguayas»: La República, uno de los diarios más liberales y acreditados de Buenos Aires, dirige una elocuente felicitación a las damas paraguayas, por su valor indomable y su indeclinable y bien probado patriotismo».
LAS MUJERES DE LA CAMPAÑA SE OFRECEN E INSISTEN EN QUE SE LES PERMITA EMPUÑAR LAS ARMAS PARA DEFENDER A LA PATRIA
Ejemplo de fervor patriótico es el gesto de las mujeres del interior, que solicitan incorporarse en las filas del ejército combatiente.
Un oficial, Antonio Santa Cruz, enviado al interior para nuevos enrolamientos, pudo comprobar el entusiasmo que despiertan las mujeres. El Seminario comenta: «Desde el momento que tuvieron conocimiento de la partida de este oficial a ese efecto, no hubo un solo pueblo, distrito o partido que no se dispusiese de esperar y hacer todas las demostraciones de contento y empeño para que cada uno pudiese participar en formar parte de este nuevo contingente para la defensa de la patria, ya sea su esposo, hijo, padre o deudo». El texto continúa: «Todo el bello sexo de la campaña conmueve hondamente en sus entusiastas demostraciones patrióticas, de lo que no he podido prescindir en atender y corresponder con vivos aplausos, festejando con gratitud las emociones patrióticas que han surgido de entre las ciudadanas de todos los partidos y particularmente de Quiindy y Carapeguá.
«En Quiindy, una vecina llamada Carolina Bracho, en el acto de enrolarse su hijo, de entre la reunión saltó de improviso y me dio un fuerte abrazo dándome los parabienes con expresiones elocuentes, de haber elegido a su hijo para un servicio tan importante y deseado, cual es para la defensa de los sagrados derechos de nuestra patria.
«En Carapeguá se habían reunido 108 señoras, noticiosas de mi próxima llegada y, en efecto, al anochecer del mismo día que anuncié, llegué, y salieron a encontrarme todas ellas en el camino, formadas, marchando al toque de una música marcial con faroles, llevando la bandera nacional delante, resguardada por dos de ellas con armas al hombro, proclamando y vibrando al Excmo. Señor Mariscal Presidente ciudadano don Francisco Solano López y a su invencible ejército. Llegué en la capilla precedido del jefe respectivo, quien me condujo a su casa y pocos momentos después de la respetable reunión de señoras se apostaron ante mi pidiéndome enrolarlas entre los que tenían que traer de aquel partido, y ofrecían sus brazos para empuñar las armas y cooperar a la par de sus deudos y hermanos. Después de esta manifestación he tenido el placer de contestarles en el sentido de agradecimiento, prometiéndoles elevar, a donde corresponda, como me han significado, las ofertas voluntarias que decididamente han demostrado en defensa de la Patria, las hijas de Carapeguá».
CAPÍTULO III
EL PAPEL DE LA MUJER
El papel que les cupo asumir a las mujeres paraguayas es inmenso.
Por «amor a la patria sacrificaron el fruto de sus amores: el hijo; dejaron ir al padre, al esposo y al hermano; dieron sus joyas y abandonaron sus hogares y se transformaron en obreras de todos los talleres», y trabajaron para el sostén cotidiano.
Colaboraron con decisión en la defensa de su patria; tejieron el uniforme del soldado con su uso familiar; trabajaron en la chacra y curaron a los heridos.
El Semanario del 26 de mayo de 1866 dice: «El salón del teatro hoy se convierte en un improvisado y hermoso taller, donde está reunida una parte de nuestras bellas mujeres, dedicadas al trabajo de las costuras de colchones, almohadas, sábanas y demás elementos necesarios para los soldados heridos de nuestro ejército.
«¿Sabéis quiénes son éstas? ¡Ah!, No quisiéramos decirlo porque sólo al oír sus nombres se agolparían. Queridos lectores, para ver aquellas ninfas reunidas convertidas en decididas obreras, para contribuir así también al alivio de los que ayer nomás se confundían con ellas en ese mismo salón en los valses, mazurcas y cuadrillas.
Pero insistía en ello… «Bien, diremos pues entonces: pero para que no se acuse de hablador bullicioso al cronista, oigan secretamente en el oído. Son las peinetas de oro.»
Cuando sonó la hora de la trágica retirada, se alistaron con sus escasas posibilidades acompañando al ejército en su vía crucis hasta Cerro Corá.
El periódico La Estrella nos informa ampliamente de la abnegación sin límites y del patriotismo sin desmayos de la mujer de la epopeya.
Así nos cuenta que «jadeante el pecho por la emoción, empañados de lágrimas los ojos por la pérdida del ser querido, transidas por el dolor, se disponían a atender la agricultura con todo esmero, en reemplazo de los hermanos, del marido y de los hijos, al mismo tiempo que preparaban lugares y establecimientos en que pudieran alojarse los niños huérfanos, que ellas ayudarían a mantener con la labranza».
Héctor F. Decoud, al mencionar el trabajo de la mujer en el campo y observar los datos estadísticos, dice: «Es digno de mentar aquí que semejante labor representa el producto del esfuerzo personal de las mujeres, exclusivamente, y más meritorio es por demostrar el vigor y temple de la raza, ponderados hasta por los mismos enemigos en el curso de nuestra resistencia de 5 años, máxime teniendo en cuenta las escasas y deficientes herramientas con que se agenciaban, sin los implementos modernos y menos aún sin los poderes auxiliares del agricultor, o sea de los animales de labranza. Y decirnos esfuerzos exclusivos de las mujeres, porque lo más rudo de las faenas a ellas correspondía por falta de hombres aptos».
«Estas mujeres, con energía impropia de su sexo, se disponían a mejorar la situación de los cultivos que estaban poco menos que arruinados, y se esforzaban para evitar el constante robo de animales que realizaban los invasores».
El Semanario nos habla de las nobles mujeres que se desempañaban como maestras. En uno de sus artículos se lee lo siguiente: «Los huérfanos fueron concentrados en una casa del distrito de la Recoleta, al cuidado del comandante Gómez, encargado de la Mayoría de Plaza. Se les pusieron dos maestros de enseñanza primaria, provistos de cartillas, catones y catecismos, por cuenta del Estado». Agrega que «el establecimiento tiene tierras labrantías en que los huérfanos pueden dedicarse a la agricultura y plantaciones útiles por vía de honesta recreación y ejercicio».
Las huérfanas, a su vez, fueron recogidas en una quinta de Santísima Trinidad, con dos maestras e iguales textos y útiles que los varones. Debía proporcionárseles labores y costuras propias «para ejercicio e instrucción del sexo». Corrían estas últimas a cargo del Tesorero General, don Saturnino Bedoya. El número de La Estrella correspondiente al 27 de marzo de 1869, lleva inserto un suelto que tiene como título el nombre de tres damas: «Doña Petrona Acosta de Argüello, doña Lucía Ramírez y doña Francisca Oviedo».
El texto del artículo es el siguiente:
«Estas ciudadanas cuyos nombres van al frente son vecinas de Yhacanguazú y cabezas de las secciones que se forman en sus distritos, para atender tanto la moralidad como la agricultura».
«Merecen una mención especial estas distinguidas hijas de la patria, por la inteligencia y buen orden en el manejo de sus secciones, así como por la actividad y celo que despliegan en el cumplimiento de sus obligaciones».
«El trabajo es la base de la felicidad, y en este sentido hemos recomendado más de una vez, y ahora volvemos a repetir y nos complacemos en consignar en nuestras columnas, como un bello ejemplo de laboriosidad y celo a las respetables señoras que hemos mencionado».
«También se ha particularizado a doña Francisca Oviedo, reuniendo a sus seccionarios para recomendarles las comunicaciones con las familias residentes, explicándoles en términos sencillos lo que importa era caridad y que, faltando esta virtual cardinal, ya no habrá esa fraternidad que debe reinar en las familias, concluyendo que procuren ayudarles en todo y hacer que su permanencia en el distrito sea agradable».
La mujer, con su amor de madre y su alma de patriota, era heroína anónima que siguió al ejército desde Paso de Patria hasta Cerro Corá, asistiendo a los heridos y dando cristiana sepultura a los seres queridos muertos en defensa de la heredad nacional.
El coronel Jorge Thompson, en su libro La guerra del Paraguay, se refiere a la mujer paraguaya en su actuación en el Campamento de Paso Pucú:
He aquí sus palabras:
«Las mujeres del Campamento tenían a su disposición una hilera de ranchos en cada división, y en Paso Pucú había dos grandes aldeas de estas casuchas; tenían sargentas nombradas por ellas mismas, que eran responsables del orden. Las mujeres podían recorrer libremente el campamento, excepto en tiempo del cólera, en que no se les permitió separarse de sus divisiones. Al principio no podían permanecer en los cuarteles después de la retreta, pero hacia el fin de la guerra esta orden fue abolida. Asistían a los hospitales y lavaban las ropas. No podían dejar el campamento sin permiso especial del general Resquín. No se les permitían raciones, y tenían que vivir con las que les daban los soldados». Gracias a las mujeres, el Campamento paraguayo se mantenía notablemente aseado, y los cuarteles estaban muy bien barridos.
Desempeñaban el papel de enfermeras. Se tienen datos exactos de que la Tesorería General asignaba un sueldo mensual de tres pesos a las enfermeras que servían en el hospital de convalecientes de Cerro León, y que el pago se hacía en efectivo. La nómina de las mismas es la siguiente: Francisca Ortiz; Ventura Aquino, Teresa Díaz, Manuela Enciso, Cleofe Hernández, Leocadia Cáceres, María Cardozo, Ninfa Ortiz, Rosa Mareco, Cecilia Pavón, Ramona González, María José Delgado, Petrona Servín, Isabel Rodríguez, Estefana Rolón, Dolores Garay, Isabel González, Anastasia Sanabria, Anselma Sanabria, Trinidad Alcaraz, Jacinta Centurión, Del Pilar Marecos, Toribia Vallejos, Petrona Benítez, Pastora Alfonso, Lucía López, Ana Amarilla, Eudenia Quintana, Genoveva Paredes, Felicia Filártiga, Gregoria Guerreño, Rosaria Coronel, Josefa Rolón, Dolores Lombardo, Tránsito Ferreira, Dominga Encina.
La Estrella del 10 de abril de 1869 habla en estos términos del valor de la mujer: «No hay prima noche que cada División no dé sus bailes y, por supuesto, en estos momentos no faltan nuestras solícitas paisanas, para con su animadora presencia realzar la algazara y el entusiasmo entre los concurrentes.
«Como hemos dicho antes, nuestro campo está poblado de esas ninfas, que nos recuerdan los tiempos mitológicos en que Júpiter contemplaba desde el Olimpo tantas deidades esparcidas bajos sus pies. Estas tienen méritos muy elevados, pues son precisamente madres, esposas y hermanas de los valientes de la Patria. Son aquellas virtuosas matronas que se han sobrepuesto a la debilidad de su sexo, para correr presurosas a ofrecer sus brazos para empuñar una lanza o un fusil, y combatir al lado nuestro, al enemigo que no piensa sino encadenarnos».
No podemos menos que dirigir nuevamente nuestros votos de gratitud a esas heroínas.
Las mujeres fueron también fundadoras de colonias en el territorio litigioso del Norte, nos afirma el Dr. Efraím Cardozo en Hace cien años.
En El Semanario del 1° de enero de 1867 se lee un comentario de ponderación a ellas, señoras y señoritas, escrito por el presidente López.
«Hemos tenido la ocasión de adornar las bellas aspiraciones en que la singular admiración de las mujeres de la Asunción y muchas de la campaña que se han anotado voluntariamente a la asistencia de los heridos, en los hospitales de esta Capital, hemos aplaudido el valor y la fe inquebrantable y la incansable asistencia de que las señoras y señoritas en el laudable gesto de inundar la paternal solicitud en que el gobierno consagra de una manera febril en la asistencia y curación de los dolientes de la patria, si al dejar temporalmente, pero dependen de ellos tan sagrada fatalidad en el deber.
«Aparecieron en estas playas las mujeres de la patria que han seguido y teñido con su sangre su intachable patriotismo, limpiando las heridas que han sido curadas por las manos de las hijas de la patria, y podemos asegurar que muchas de ellas, señoras y señoritas, han curado las heridas más terribles, a pesar de que han sido advertidas por su contacto llevando sus manos y sus mimos para limpiarlas y vendarlas.
«Lo más sublime basta con demostrar el grado de voluntad con que se animan las patriotas y humanitarias conciudadanas, que se constituyeron espontáneamente en los servicios de los hospitales; estas citas honorables enseñan luminosamente el carácter de la mujer paraguaya, y los elevados sentimientos que habitan en su corazón.
«¡Recibid, nobles hijas de la patria, el reconocimiento y gratitud del gobierno y pueblo paraguayo, mediante vuestro esmero esos valientes guerreros formaron otra vez en las filas del ejército nacional!
«¡Habéis cumplido con dignidad y altura vuestra santa misión de llevar el alivio y el consuelo de los beneméritos de la patria que en su heroica defensa han recibido esas preciosas heridas, que vosotras habéis curado con tanta voluntad y constancia!
«Dios y gobierno»
Francisco Solano López
La prensa de la época hace mención especial de este merecimiento justiciero de parte del gobierno, y se congratula por el gesto heroico de nuestras damas y señoritas que se presentaron en los hospitales de sangre para aliviar el dolor de los combatientes heridos.
Las virtudes y los méritos de las mujeres son singulares y concitó admiración y gratitud especial de nuestros esforzados compatriotas, que a las órdenes del Mariscal Presidente de la República defendieron con santa resignación y un heroísmo ejemplar la sagrada causa de la patria, arrancando admiración y aplausos a los mismo enemigos y al mundo entero.
El corresponsal en la Asunción del periódico argentino La Tribuna publica en éste palabras de fuego llenas de santa indignación contra sus compatriotas, por el papel de lacayos del ejército imperial que desempeñaban. Son las que transcribo a continuación:
«A la manera de los fundadores de Roma, los brasileños pretenden renovar el rapto de las sabinas. Ignoran los malhechores que las hijas de este pueblo que se ha defendido durante cuatro años con bravura, preferirían la muerte a la ignominia.
«Que la obra sea consumada, que los cómplices del Imperio le acompañen en la fundación de colonias brasileñas. Pero que no se equivoquen; para hacer esto, el Brasil no tiene necesidad de cómplices, como no tuvo necesidad de ellos para llegar a la victoria. Sus armas le garantizan la posición adquirida y la anexión del Paraguay a su territorio. He aquí a lo que se ha visto reducido el pueblo argentino, obligado a ver impasible los desórdenes de sus aliados, porque no posee ni ejército ni escuadra para combatir a sus mismos aliados. Hoy es testigo del pillaje de la capital del Paraguay, sin dar a entender la menor protesta, y mañana mirará con la impasibilidad de la impotencia, elevarse sobre las ruinas paraguayas, las colonias del Brasil. Si los fundadores de nuestra independencia hubieran salido de sus tumbas, al vernos tan profundamente humillados hoy, se sentirían cubiertos de vergüenza».
En El Semanario así se expresa: La mujer paraguaya «en los días de tempestad y en las grandes calamidades públicas brotan las acciones heroicas y aparecen los genios. La mujer se muestra más sensible frente al lecho del dolor y es más grande de las tribulaciones y transmite la sublimidad en los conflictos de la patria.
«La mujer en la guerra se ha caracterizado por el sacrificio en la defensa de la patria, diligente y cuidadosa, la que ha encontrado y curado las heridas de nuestros héroes y ha labrado la tierra y tejido los uniformes para vestir al soldado.
«Pero su valor ha dado muestras de patriotismo y ha encontrado el camino que la conduzca al pináculo de la gloria. También se lee en las crónicas de la época, «el merecimiento especial de las mujeres que se alistaron voluntariosamente para asistir a los heridos en los hospitales, despertando singular admiración a las damas y señoritas de la Asunción y muchas de la campaña».
El valor y la fe inquebrantable en alentar a los bravos combatientes dando su apoyo y su férrea voluntad en la defensa de la patria.
«Las damas y señoritas han teñido con sangre su acrisolado patriotismo limpiando las heridas que han sido curadas por las manos de las hijas de la patria, y podemos asegurar que muchas de ellas han curado las heridas más terribles, a pesar de que han sido advertidas por su contacto, llevando sus manos, lavarlas y vendarlas con sus manos».
CAPITULO V
RETAZOS DE HEROÍSMO
He aquí un breve esquema que resume la abnegación, la entereza y la decisión sublime de la mujer paraguaya, que con valentía sin parangón posible en la historia moderna, ni aún en la mitología, fue la encarnación viva del heroísmo más excelso.
El 3 de agosto de 1867 se libró el combate de San Solano. Antes de la lucha, por resolución del Mariscal, las mujeres habían abandonado el lugar en previsión del posible y esperado ataque del enemigo. Siendo las siete de la mañana, la columna brasileña tomó contacto con las tropas paraguayas, y el éxito favoreció a los enemigos: San Solano cayó en sus manos, pero la sorpresa para ellos fue inmensa, pues no encontraron allí un alma.
La heroína de San Solano es Francisca Cabrera, quien antes de internarse en el monte con sus hijos, los arengó en guaraní. Natalicio Talavera tradujo al español sus palabras, y las publicó en El Semanario: «Una heroína apareció en esta ocasión: una mujer llamada Francisca Cabrera, al ver al enemigo avanzando tomó un cuchillo y seguida de sus hijos corrió a ocultarse en el monte. Rodeada de éstos, les dijo que todos morirían si eran cargados por el enemigo, pero ella les defendería con su cuchillo hasta morir y que después de muerta ella, el mayor de sus hijos tomaría el cuchillo y pelearía hasta el fin. Dijo a todos que el enemigo les querría llevar pero que prefiriesen morir»
Felizmente, el invasor no encontró a aquella heroica familia que dio con su resolución otro ejemplo de virtud patriótica; una determinación que, nacida del corazón de una madre, pasó a nuestra historia para brillar allí inextinguiblemente.
ENCARNACIÓN DE ALVISO
«Heroína olvidada de Isla Poí», como dice el Dr. Víctor I. Franco; fue la esposa del teniente Alviso, que pertenecía a las tropas de la guarnición de Humaitá, bajo las órdenes del Cnel. Francisco Martínez. Sufrió ella todas las penurias y los rigores del sitio heroico de la plaza por los aliados, y cuando se produjo la evacuación de Humaitá siguió a su esposo hasta Isla Poí y soportó estoicamente todos los horrores de la guerra.
Los esposos Alviso quedaron en Isla Poí, donde combatieron heroicamente hasta morir con gloria.
En medio de la tremenda lucha, al ver caer muerto a su marido, Encarnación de Alviso se lanzó con furor contra el enemigo para vengar la muerte del compañero de su vida, atacó con furia a los invasores hasta que una bala le destrozó el corazón.
Ella había contemplado impasible la muerte de su esposo, y arrebatando de su mano la espada bañada en sangre, la agitó sobre su cabeza y, como vertiginosa mensajera de la muerte, se lanzó a la lucha que seguía con creciente furor; hirió a varios, tronchó cabezas, y cuanto más peleaba tanto más crecía su furor; en vano se esforzaron por desarmarla; después de bien vengada la muerte de su compañero, cayó muerta en aquella lucha desigual.
El mayor Justo A. Pane dice: «Sobre la tumba de esta heroína debieron grabarse los versos del poeta:
«Al igual que con su esposo compartiera
el tálamo nupcial en la morada:
Con su esposo cayó, fiel compañera
en el lecho mortal de la jornada!»
A esas menciones especiales añadimos las siguientes: el 1° de agosto de 1868, mujeres y niños participaron en la furiosa embestida de canoas paraguayas que intentaban romper el bloqueo aliado de la Laguna Verá; en esa ocasión, volvió a rayar muy alto la bravura de las mujeres.
Muchos de los nuestros lograron ganar la otra orilla después de romper a sablazos la formación en doble fila de las canoas y bajo la red de fuego de los cañones y fusiles. «Cuando se realizaba el último pasaje, el grupo de trasladados se componía de 400 personas, la mayoría de ellas mujeres y niños, quienes debieron presenciar y soportar la terrible lucha. Muchos fueron los cuadros tristes y desconsoladores contemplados después de aquella cruel refriega, siendo uno de los más patéticos aquel que recuerda el caso de una criatura que en una canoa lloraba tiernamente junto al pecho de su madre yacente, atravesado por una bala y con los brazos cortados a sablazos. Esto no se habría visto ni en Esparta ni en Numancia».
El 21 de diciembre de 1868 se inició la famosa batalla de los siete días de Itá Ybaté, en la Campaña de Piquysyry, batalla en la cual, después de sucumbir casi la totalidad de los bravos guerreros paraguayos, se distinguió otra mujer que no les va en zaga a las ya nombradas. El coronel Luis Vittone, en su libro La mujer paraguaya en la vida nacional, reproduce lo siguiente: «Desde el rancho de los heridos, veía a los soldados brasileros correr por debajo de los árboles. Las balas llovían sobre nosotros. Armadas febrilmente ocupamos lugares para pelear y morir… Todas las mujeres de Itá Ybaté juraron morir con las armas en las manos, antes que caer vivas en manos de los brasileños.
«Insensible a las balas, con el alma tranquila, iba hacia Solano para morir con él. Mi caballo cayó muerto… «Seiscientas mujeres armadas con cuanto cayó de manos de los muertos, al abrigo de los ranchos escuchaban a Ramona, joven morena de mirada abrasadora… Flacas, cubiertas de harapos. Las conocía a todas… Un gesto de amistad, una sonrisa de Purificación, armada de una lanza, Nimia Candia, a mi lado esgrimía un fusil».
Tocó actuar en la batalla al Dr. Francisco Morra, italiano, abuelo del pediatra Dr. Miguel Ángel Morra, y asistió a una heroína paraguaya de temple y patriotismo. Dice al respecto el diario de guerra de un jefe aliado: «Las fuerzas de mi mando tomaron campo en el centro de las dos baterías, donde para mi desgracia existía un hospital, con gran número de heridos que estaban hacía algunos días sin curar. En el suelo yacían otros muertos; aquello era espantoso, ver esos infelices casi moribundos, y sobre todo a una infeliz joven, de hermosa faz, a la que un casco de granada le había arrancado los pechos, vivía aún en una agonía infernal. El Dr. Francisco Morra hizo todos los esfuerzos imaginables para salvarla y no pudo conseguirlo».
Cuenta Juan Crisóstomo Centurión que «Ramona Martínez era una adolescente de 15 años que formaba parte de la servidumbre del Mariscal; se encontraba en la tienda de campaña cuando se produjo la hecatombe después de la cual el enemigo llegó hasta rodear el lugar.
«El Mariscal y algunos sobrevivientes lograron escapar. Ramona Martínez quedó sola en el campo dominado por tantos enemigos.
«Se puso de pie, miró con fijeza a su alrededor y saltó de la tienda, la cual por lo tremendo de la lucha era ya un despojo. Echó a andar, a su paso encontró algunos heridos que, seguros de no recibir cuidados, estaban resignados a morir en el glorioso campo de la lucha, le indicaron el camino que habían seguido el Mariscal y su escolta.
«Divisó un destacamento enemigo que los perseguía; andando por atajos trató de unirse al Mariscal. La alcanzó el enemigo que los perseguía y armada de una espada que le había dado el mayor Ozuna, peleó hasta caer herida en la cabeza y en el pecho.
«Los brasileños la contemplaron con admiración y respeto, y trataron de acercarse a ella, pero pese a sus heridas, se puso de pie, y se abrió camino a estocadas y sablazos.
«Ramona Martínez tuvo que pasar otra terrible prueba antes de unirse con el resto del ejército del Mariscal: fue el horrendo pasaje de Ypecuá, dirigido por el entonces mayor Patricio Escobar.
«Esta auténtica heroína falleció muy anciana y ciega en la Asunción. Como ella, hubo muchas mujeres que, con sin igual heroísmo, soportaron los rigores de la guerra grande».
Y en los campos de Acosta Ñú, cercanos a Eusebio Ayala, se libró una de las batallas más cruentas de la guerra grande; en ella, los que enfrentaban a los invasores brasileños eran sólo niños, que llevaban barbas postizas; niños disfrazados de hombres; adolescentes a quienes les tocaba el turno de combatir en defensa de su suelo hollado. Un sargento mayor mandaba dos batallones de muchachos de 12 a 16 años. Todos solían llamarle familiarmente el maestro Fermín. Y en verdad que este nombre le convenía, pues cuando la guerra se lo permitía, desempeñaba las funciones de un verdadero maestro; por eso solía llamarse reducto-escuela a la porción del campamento que ocupaban sus batallones infantiles. El maestro Fermín les hablaba pausadamente, recordándoles, por lo general, los episodios más culminantes de la historia nacional, los orígenes brillantes del Paraguay, sus luchas seculares por la libertad, sus sacrificios permanentes y después de sus patrióticas disertaciones, se ponían en pie y cantaban en coro las vibrantes estrofas del Himno Nacional, cuya música se perdió entre los escombros de la patria vieja.
La tarde que precedió al ataque del enemigo hubo otra de esas reuniones entre maestro y discípulos. Pero esta vez, el maestro Fermín habló a sus alumnos-soldados del deber sagrado de morir en defensa de la patria, antes que sufrir envilecidos la dominación del extranjero. Y terminó recordándoles las palabras de la canción nacional, aprendidas en el hogar, repetidas en las aulas, y ahora en los campos de batalla, como compromiso de amor, de honor y de sacrificio. Empezaba el frío crepúsculo vespertino cuando el maestro Fermín levantó la voz para dirigir a los suyos estas preguntas que parecieron brotar de la tierra, bajar del cielo, desprenderse de la boca de los cañones, venir del infinito:
Paraguayos valerosos,
¿Queréis insultos sufrir,
perder el nombre y la gloria
o antes mil veces morir?
Seis horas de combate inigualable sostuvieron; perecieron todos. Las madres paraguayas ni siquiera tuvieron el consuelo de enterrar los cuerpos de sus amados hijos. ¡Eran las madres de Acosta Ñu!, heroicas mujeres paraguayas, dignas de las mujeres españolas que enfrentaron las huestes de Napoleón, y que, según el poeta, gritaban al hijo:
¡Pues que la patria lo quiere,
lánzate al combate y muere,
tu madre te vengará!…
De esos niños mártires puede también decirse:
«Mártires de la lealtad,
que del honor al arrullo
fuisteis de la patria orgullo
y honra de la humanidad…»
Podríamos considerar como la «heroína de Acosta Ñu» a doña Silveria Benítez de Yegros, quien vivió los momentos amargos de esta gran epopeya. Gracias al Dr. R. Antonio Ramos, que me proporcionó el documento transcripto en el periódico El Diario, del 25 de junio de 1926, puedo dar referencia especial acerca de la actuación de esta matrona: «El 19 del corriente mes ha fallecido en esta capital la señora Silveria Benítez viuda de Yegros». La extinta cae vencida por la vida a la edad de 101 años. Nacida en junio de 1825 le tocó en suerte actuar en los sucesos más culminantes de la historia nacional.
«Casada con don Pedro Pablo Yegros, quedó así emparentada con uno de los próceres de la independencia patria».
La guerra ya la sorprendió viuda, pero lo suficientemente fuerte para empuñar el fusil, juntamente con sus dos hijas en Acosta Ñu, acción en la cual una bala enemiga le destrozó el brazo izquierdo.
«Desde allí formó parte de la guardia que escoltó al Mariscal en su Vía Crucis. Prisionera de Guerra cayó en poder del general Cámara en Tupí Pytá, siendo conducida a Concepción, donde, a pedido del señor Rosendo Carísimo, fue puesta en libertad y conducida a la Asunción.
«He aquí los rasgos biográficos, expuestos escuetamente, de una heroína auténtica que acaba de bajar a la tumba.
«Con esta clase de mujeres dignas de los varones de la epopeya, es que el Mariscal realizó toda la campaña.
«Ante la tumba de la señora Silveria Benítez de Yegros, sea nuestra palabra de gratitud, de admiración y respeto».
Afirma el historiador Borman que las mujeres pelearon en la trinchera «con bizarría común de su sexo, cayendo docenas de aliados a los golpes de sus manos defensoras, armadas de sables o de fusil, de pedazos de piedras, de botellas vacías, de huesos y hasta de tierra. Las mujeres de Piribebuy corrieron a las trincheras a luchar y morir.
«Un grito de rabia y desesperación, un grito clamoroso resonó contra los primeros imperiales que asomaron dentro de las trincheras, y a este grito, que pareció surgir del fondo de la tierra, siguió una descarga de botellas vacías, y una nube de arena que cegó a los asaltantes. ¡Eran mujeres de Piribebuy! Acurrucadas en el fondo de las trincheras, confundidas entre los muertos, no habían sido advertidas por el enemigo. Y ahora se alzaban para tratar de caer al lado de los que habían amado en la vida, para acompañarles también en la postrera jornada de lo desconocido».
«Mientras las heroínas de Piribebuy empurpuraban sus manos tratando de vengar a los que allí habían caído, a los que parecían seguir los episodios de aquella lucha, tendidos en el suelo, en la actitud airada en que les sorprendió la muerte, abiertos los ojos, todavía iracundos, y crispadas las manos de desesperación… ¡Escenas de Zaragoza! exclama el historiador brasileño que no puede menos que sentir la épica belleza de este cuadro».
El conde D’Eu anota en su diario de guerra: «Las heroínas de Piribebuy fueron casi todas exterminadas; las que sobrevivieron fueron llevadas ante el serenísimo príncipe para presenciar después el sacrificio de sus compañeros, el degüello de los heridos, el incendio del hospital repleto de enfermos». Los brasileños tuvieron considerables pérdidas. La más grande y sentida para nosotros fue la muerte del comandante Pedro Pablo Caballero, un valeroso jefe y caballero de la lucha. El conde D’Eu, con expresión colérica, ordenó el degüello del comandante Caballero.
Este heroico Comandante fue azotado hasta quedar desvanecido y luego fue degollado a sangre fría ante su valiente esposa, quien fue obligada a presenciar esa escena de martirio. Con infinito amor y resignación cristiana aquella mujer recogió el cuerpo martirizado y la cabeza cercenada de aquel valiente defensor de la patria.
Para completar este episodio sanguinario y dantesco ordenó el conde D’Eu el incendio del hospital de sangre de Piribebuy. En aquel hospital, cumpliendo su humanitaria misión, se hallaba la Sra. Francisca Yegros de Yegros, tratando de salvar de la muerte a los heridos, convalecientes y enfermos. Con los que no pudieron escapar de tan espantoso fin; con ellos, aquella estupenda mujer fue devorada por el fuego. Supremo sacrificio el de esta enfermera en el cumplimiento del deber.
Juan E. O’Leary reconstruye una escena en que puede apreciarse con vivos colores el heroísmo de las mujeres de Piribebuy, Estas son sus palabras:
«Ya no teníamos más proyectiles, y nuestras tropas estaban fuera de combate. El mayor Hilario Amarilla, nuestro famoso cohetero, hacía rato que cargaba sus cañones con frutas de cocos, después de haber consumido todas las piedras, restos de fusiles y hasta pedazos de bayonetas. El jefe de plaza, comandante Pedro Pablo Caballero, había agotado todos los recursos para prolongar la resistencia. Pero ya no le quedaban soldados ni municiones.
«Y el enemigo estaba al pie de las trincheras. Arreciaba el bombardeo. En el pueblo no había sitio que no fuera batido por la metralla. El drama parecía terminar. Más aún quedaba algo que hacer; todos habían sucumbido o estaban aplastados por la fatiga, desarmados, inermes. ¡Todos no! Aún quedaban en pie algunos centenares de madres, que habían presenciado la agonía gloriosa de sus hijos. Quedaban ellas para consumar el sacrificio, para rubricar con su sangre aquella página de romántico heroísmo. Y las mujeres de Piribebuy corrieron a las trincheras, a pelear y morir. ¿Armas? ¿Para qué? ¡Si les eran inútiles! Se trataba de morir, y para esto sobraban las armas enemigas. Los cañones habían callado, ya no crepitaba la fusilería. Los brasileños trepaban gloriosos sobre nuestras trincheras. Brillaban al sol sus agudas bayonetas. ¡Lo creían todo terminado!…
«Después de la batalla de Piribebuy, el ministro Paranhos envió un telegrama a los aliados, en el cual menciona lo siguiente: «Gran número de familias y prisioneros han llegado a esta capital; los prisioneros son, en su mayor parte, niños de 12 a 15 años cuyo sacrificio sólo excita compasión. Y todo esto es nada en comparación de lo que narran otros autorizados personajes y repiten todas las correspondencias. Si, pues, el enemigo es tan débil, si los restos de su ejército se componen de hombres extenuados por la fatiga y el hambre, no hay explicación posible de actos como los que vamos censurando, ni tampoco excusas para reclamar como estupendas hazañas las refriegas empañadas con un poder tan decadente».
No podemos dejar de recordar el valor y la abnegación de seis mil mujeres y niños que fueron rescatados a raíz del combate librado en Sapucai-mí, lugar ubicado entre Ybytimí y Sapucai; allí, bajo el mando del general Bernardino Caballero, lograron victoria sobre los brasileños gracias a la conformación geográfica.
Reproducimos una narración de Mac Mahon, publicada por el Prof. Dr. Efraím Cardozo en Hace cien años:
«Pero aún había otras escenas más impresionante en su desolación y era ver -no muchas- madres caminando un poco apartadas de las demás -solas- que llevaban sobre una tabla en la cabeza el cuerpo amortajado de sus hijos, a la sepultura. Algunas veces, este solitario funeral iba acompañado de otro deudo solitario, otra criatura cuyo rostro pálido y arrugado y debilitados miembros parecían decir que no tardaría en acompañar al hermanito. ¡Oh, madres de esta buena tierra que habéis velado sobre el hijo moribundo en medio del confort de vuestros parientes y amigos!, ¿podéis acaso imaginaros jamás lo que es inclinarse a la vera de cualquier camino extraño y polvoriento sobre el cuerpo del pequeño paciente que es un pedazo, el pedazo más querido de vuestra vida? ¿Para mirar desamparadas e impotentes su agonía, cerrar sus ojos, arreglar sus miembros yertos sobre cualquier madera más a mano en el camino, levantar el peso sagrado y bajo el sol conducirlo muchas millas a la iglesia de la aldea más cercana, para que sus campanas llamen a su alma al depositarlo al fin en la tierra consagrada?.
«Y, sin embargo, las madres que hacían esto en aquella Nación lejana, tenían también muchos hogares confortables como los vuestros, donde criaban a sus hijos con idéntica ternura y los amaban con igual devoción.
«Hagamos constar de nuevo que resulta muy afortunado que nos hayan asegurado con tanta frecuencia que la guerra no era contra el pueblo del Paraguay. Si fuera de otro modo, tal vez los gobiernos civilizados del mundo, y en grado muy especial el nuestro, tendrían mucho de qué responder por permitir que continúe esta guerra cuyos efectos, sin palabras de exageración, nos limitamos a describir».
PANCHA GARMENDIA
Nacida en Asunción, posiblemente en 1829. Hija mayor del comerciante español Juan Francisco Garmendia y de la paraguaya doña Dolores Duarte. Sus hermanos: Diego y Francisco.
En esa época, Francia exigió a los españoles reiteradas multas, y don Juan Francisco Garmendia había sido multado con 12.000 patacones que los entregó; al poco tiempo después le exigieron otros 12.000 y, porque no los tuvo, fue apresado. Su familia presenció su fusilamiento el 5 de setiembre de 1830, un día de Corpus Christi.
La señora viuda murió algunos años después en la miseria más espantosa, dejando solos a sus niños pobres y abandonados.
El matrimonio del español don José de Barrios y la paraguaya doña Manuela Díaz de Bedoya, caritativo y pudiente, protege a los huérfanos. Desde entonces, Pancha es criada como hija, recibiendo de sus padres adoptivos cariño, educación y consejos.
La joven Pancha era poseedora de un carácter dulce y agradable y de una encantadora belleza. De tez muy blanca, de hermosos ojos y renegridos cabellos. Muy pudorosa y revestida de una respetada honestidad.
Contaba con poco más de veinte años cuando entabló serias relaciones con un joven, miembro de una distinguida familia, don Pedro Egusquiza, al mismo tiempo que prendado de sus encantos, también el entonces coronel Solano López había solicitado su amor. Sin embargo, la joven se resistió en corresponderle. Rechazado y humillado por el desdén de la valerosa muchacha y conociendo su compromiso con Egusquiza, López manda llamar a éste.
Iniciada la guerra, Egusquiza sentó plaza de soldado y marchó al frente, entre tanto el Mariscal Presidente abandonó la capital y arrastró tras sí en un largo peregrinaje a la mayor parte de la población, entre la que se encontraba Pancha Garmendia, tratada como prisionera «por conspiración a la patria».
Ya inmerso en la trinchera de la guerra, López peleaba en dos frentes: con los enemigos externos que se abalanzaban sobre su ejército y con los internos, que conspiraban para derrocarlo. O que él creía que lo hacían.
A fines de 1869, el Mariscal López había mandado buscar a Pancha Garmendia, quien se hallaba en Espadín. Ésta fue conducida al campamento militar de Arroyo Guazú, instalado unas leguas más al norte de Igatimí. No pudo llegar viva al final de la guerra. En Itañara, cerca de Villa Ygatimi, que hoy está en el Departamento de Canindeyú, se vio envuelta en un intento de envenenamiento al Mariscal quien mandó decir a ésta -por lo que contaba el ex fiscal, coronel Silvestre Aveiro- que le perdonaría si contaba lo ocurrido e involucraba a inocentes. Ella negó su participación en el hecho investigado y también se negó a seguir las instrucciones recibidas.
Pocos días más tarde, el 11 de diciembre, Pancha Garmendia, dejaba de existir.
ALICIA ELISA LYNCH
No podemos dejar de mencionar a la compañera inseparable del Mariscal, que compartió las horas de vida tranquila y lo acompañó durante la guerra hasta Cerro Corá, junto con su hijo Panchito, de 15 años, héroe adolescente que ante la intimación de sus enemigos contestó a sus victimarios: «Un coronel paraguayo no se rinde».
Alicia Elisa Lynch era hija del médico John Lynch y de Jane Lloyd, siendo mayor de cuatro hermanos, quedó huérfana de padre a los 5 años; a los quince años de edad se casó con el médico militar francés Xavier de Quatrefages. El matrimonio duró solo tres años. A los 19 años, en un baile dado en el Palacio de las Tullerías por Napoleón III, Elisa conoció a Francisco Solano López, quien visitaba París. Allí Inició una relación amorosa con Solano López, y viajó con él a Paraguay. Al llegar a Buenos Aires, en 1855, debió detenerse para dar a luz a su primer hijo, Juan Francisco López.
Estando en Asunción, sintió el rechazo de la sociedad paraguaya que la repudiaba por ser divorciada y no consideraban la posibilidad de que el hijo del Presidente se casara con una extranjera. Con el paso de los años, logró encontrar un lugar en la sociedad e impuso tendencias y modas. Fueron famosos los bailes organizados por la Lynch en el Club Nacional. En su casa, el salón parecía un museo francés, por la calidad de los objetos de decoración.
Durante sus años de relación amorosa con el Mariscal Francisco Solano López llegaron a tener seis hijos, además del ya citado: Corina (1856-1857), muerta muy pequeña, Enrique (1858-1917); Federico (1860-c.1904), Carlos (1861-1924) y Leopoldo (1862-c. 1870). El séptimo hijo, llamado Miguel Marcial, nació en 1866, en plena Guerra de la Triple Alianza, pero murió días después debido al cólera. El Mariscal Francisco Solano, en un testamento ológrafo del 4 de junio de 1865, reconoció a todos los hijos habidos con Madame Lynch.
Acompañó a López en sus visitas al frente y en la vida de cuartel. Se dedicaba a curar a los heridos y se transformó en un símbolo para las tropas.
Cuando el Presidente fue muerto en Cerro Corá, en 1870, su hijo Panchito intentó defenderla. Ella, con sus propias manos, depositó los restos del héroe en el seno de la tierra, junto al de su hijo Panchito.
Le fueron embargados sus bienes. Quedó en la mayor pobreza y fue llevada presa y encadenada a Rio de Janeiro, pero allí logró ser liberada por falta de acusaciones en su contra.
En su viaje de regreso a Londres falleció otro de sus hijos. Al llegar a destino, reclamó judicialmente parte de los bienes embargados, pero el juicio terminó por adjudicarlos al Brasil, como compensación de guerra. Aún pudo disponer de algunos fondos con los cuales viajó a Alejandría, El Cairo, Jerusalén y París.
En octubre de 1875 regresó a Asunción, a reclamar sus bienes embargados, pero fue expulsada al día siguiente. Se estableció en Buenos Aires, donde publicó una «Exposición y Protesta», con la que se defendía de las acusaciones en su contra; resultó un escrito confuso y largo, que no pudo terminar con el mito de su riqueza mal habida, de modo que regresó a París, donde se estableció definitivamente. Falleció en un humilde apartamento de París el 26 de julio de 1886, a los 51 años, víctima de un cáncer estomacal.
ISADORA DÍAZ
Doña Isadora era hermana del general Eduvigis Díaz y amiga de Elisa Alicia Lynch. Oriunda de Pirayú como su hermano el General. Era una mujer elegante, alta de cutis blanco, de abundante cabellera negra. En Asunción vivía en la esquina de las actuales calles Coronel Bogado (Mcal. López) y Tacuarí, casa que hasta hoy subsiste y en la cual funciona una escuela.
Cuando Elisa Alicia Lynch la conoció, tenía Isadora 15 años, y desde el primer momento le inspiró admiración y afecto. Le vendía prendas de ñandutí, tejidas por su hermana Nicolasa.
«Elisa le pidió un día que quedara con ella a vivir, Isadora aceptó; enseñaba a su ama el idioma guaraní, el sencillo sistema numeral que se basa en cuatro, ante este asombro de Elisa que seguía con atención los movimientos de la muchacha, cuando contaba con los dedos de la mano y de los pies diciendo: peteí, mocoi, mbojapy, irundy ari peteí, mocoi, mbojapy, mocoi irundy que significaban: uno, dos, tres, sobre cuatro uno, dos, tres dos veces cuatro, y así sucesivamente».
Con el tiempo se convirtió en su dama de compañía. Terminada la guerra, cuando Madame Lynch tomó pasaje a Buenos Aires y de allí a Montevideo y a bordo del «City of Limerick» se embarcó rumbo a Inglaterra, la acompañaron: Isadora Díaz, los hijos del Mariscal y Rosita Carreras, también hija del Mariscal.
JULIANA INSFRÁN
Fue otra de las amigas íntimas de Elisa Lynch, nacida en Villarrica, de esmerada educación corno todas las guaireñas de la clase urbana. Juliana Insfrán, que contaba entonces con 17 o 18 años de edad, era prima en tercer grado de Francisco Solano López. La hermana de Juliana Insfrán en Villarrica se casó con don Cosme Codas. Juliana se casó poco antes de la guerra, con el coronel Martínez, uno de los jefes de más confianza de López.
El mayor Ramiro Zambrano Cárdenas, al opinar acerca de Elisa Lynch, expresa:
«La vida de Elisa fue dura en la Asunción, por su condición de concubina, en una sociedad cerrada y con prejuicios. Ni la muerte del padre de Solano y la ascensión de éste al poder pudieron remediar su condición de amante oculta, solamente visitada al amparo de la noche.
«La guerra de la Triple Alianza llevó a Elisa a compartir más de cerca los peligros de cada día al lado de Solano; a organizar, a dirigir grupos y hasta luchar contra las fuerzas invasoras. Luego de la muerte del Presidente en Cerro Corá, la Lynch le dio sepultura, junto con su hijo caído también durante la acción».
El historiador brasileño Joaquín Nabuco, en su libro La guerra del Paraguay, afirma: «Sólo el esfuerzo del Paraguay se puede calificar de grandioso y sublime. Toda la raza paraguaya, casi sin excepción, hizo de la guerra el problema capital de su existencia, sobreponiéndolo a cualquier otro interés: fue el sacrificio deliberado de todo aquello que cada ciudadano estimaba en algo: vida, riqueza, bienestar, afectos, familia. Semejante sentimiento, tan absoluto e imperioso, antójase sobrehumano.
«Cinco años vivieron así, bebiendo, sorbo a sorbo, infinitas amarguras, las mujeres paraguayas».
«Pero en Cerro Corá -escribe Carlos R. Centurión- no terminó su calvario. Tras el desastre, solas, abandonadas, les aguardaba la obra grandiosa de la reconstrucción… el trabajo de reedificar el hogar común deshecho por el vendaval terrible».
JUANITA PESOA
Oriunda de las praderas ubicadas cinco kilómetros antes de llegar a Yabebyry, lugar conocido como Pesoa Cué. Vivió en el lugar hasta los 17 años, emigrando luego hasta la ciudad de Pilar.
Fue el primer amor de Francisco Solano López, quien llegó a visitarla en Yabebyry cuando, con el cargo de coronel, comandó una numerosa fuerza militar con el objetivo de instalar un destacamento de defensa de la patria. Éste se ubicó a orillas del Paraná, en la zona conocida como «Potrero Fortuna», y ubicada frente a la población argentina de Itá Ybate.
Entre idas y venidas del «hijo del Presidente» a Yabebyry, finalmente éste le convence a trasladarse hasta Pilar para estar más cerca el uno del otro. Tuvieron tres hijos: Emiliano Víctor, nacido en 1850, Adelina Constanza y José Félix.
Toda la historia de amor entre Francisco Solano López y Juanita Pesoa transcurrió en la ciudad de Pilar y siguió después durante la guerra. López siempre le dio protección y lo mismo hizo Elisa Lynch con los hijos que López tuvo con aquella, dándole trato igualitario. Emiliano Víctor Pesoa López, el mayor, estudiaba en Europa y se trasladó a Nueva York durante la guerra. Finalmente, luego del desastre en Cerro Corá, fue uno de los apoyos que tuvo Elisa Lynch, criando a sus hijos pequeños en su exilio europeo.
No quedaron hijos vivos de los amores entre Juanita Pesoa y Francisco Solano. Adelina Constanza había muerto de viruela en 1869 en Tobatí, y José Félix, al cuidado de Elisa Lynch, murió durante el ataque a su carromato en Cerro Corá. Juanita Pesoa rehízo su vida casándose después con el coronel Hermosa. Sus restos mortales fueron depositados en el cementerio de Pilar, donde descansan hasta hoy.
Las mujeres, durante todo este tiempo en silencio, con amor, cumplieron el deber de sustituir al padre como guía y sostén de la casa; ellas fueron las que pusieron las piedras, construyeron los primeros cimientos, y echaron las simientes de la nueva patria después de 1870.
Benigno Villa, en su libro Historia, anécdotas y casos, menciona especialmente a la heroína Isabel que murió de sed, y relata el caso de la siguiente forma:
«Aquella mujer, de nombre Isabel, que al término de la Guerra Grande encontró la muerte en la boca de la picada que lleva su nombre. Una de esas versiones que fuera narrada por su madre dice que Isabel era oriunda de Caacupé. Siendo muy joven se encontró envuelta en el torbellino de la tragedia nacional; su dedicación diaria consistía en hacer limpieza en la Iglesia de la Virgen de la Concepción y al altar de la milagrosa patrona de su pueblo, que por aquellos tiempos ya había adquirido la fama de «Consuelo de desamparados, afligidos y perseguidos». Que cuando el Mariscal López realizó la retirada del resto de su ejército hacia Santaní, llevándose detrás a casi toda la población civil, Isabel formaba parte de esa interminable caravana que en la historia se conoce con el nombre de Residenta. Después del desenlace de Cerro Corá, ella, con algunos sobrevivientes, se dirigió hacia la Villa Concepción, único trayecto accesible. En su penoso trajinar le acompañaba su hija Rosa, de ocho años, quien por milagro no había perecido, como sucediera con más de quince mil niños de esa misma edad. Isabel, heroica mujer, murió de sed y de enfermedad al transponer la selva de Yuí-y, cerca de Villa de la Concepción. De dos palos secos se hizo una cruz, que fue colocada sobre la humilde tumba. En el año 1871, corazones piadosos cambiaron aquella cruz por una grande y labrada. Durante cincuenta años, a contar desde el año de la colocación de la nueva cruz, aquel lugar se llenaba de peregrinos».
El historiador francés Ernesto Renán dijo que en los pueblos hay horas tristes, jamás horas infecundas. Así se explica que, a pesar de todas las vicisitudes, surgiese el nuevo Paraguay que, con la epopeya gloriosa del Chaco, hizo retumbar de nuevo su nombre en el mundo, y se convirtió en una cifra ponderable dentro del concierto de las naciones civilizadas.
Al estudiar a la mujer paraguaya en la Epopeya Nacional no sabe uno a cuáles de ellas ponderar más y rendirles su homenaje de admiración y de respeto; si a las que murieron en los campos de batalla, peleando como el más valiente soldado, si a las que sufrieron años y años de incontables dolores y tremendos sacrificios, o si a las que se encargaron de reconstruir la patria sobre tantas miserias y ruinas.
Todas son igualmente gloriosas, todas han escrito áureas e inmortales páginas de nuestra historia; allí quedarán resonantes sus nombres, por los siglos de los siglos y las sucesivas generaciones agradecidas alzarán sus voces para gritar: Benditas sean las mujeres.
Fuente: Portal Guaraní